Una odisea nocturna que zarpa desde “la habitación de los juegos”; noches que transcurren en satélites de sombra, en planetas de guerra, de gigantes peludos de penetrante pestilencia, noches de metal en un Júpiter que devora refugiados hacinados en contenedores…

En torno a “una cama infantil y blanca” transcurren siete noches en las que Aura, la niña desvelada por inquietantes preguntas, reclama de su madre amparo y una verdad blanca como su camisón. Adrienne cuida a su niña con cuentos que apenas consiguen ponerla a salvo de tormentas y guerras, enfermedades, gigantes y fronteras. Aplazando el trabajo, sus propios desamparos y temores adultos, entona nanas que sosiegan como inocentes conjuros.

Mientras imágenes y pesadillas cotidianas se proyectan en el horizonte de una pantalla, una bailarina presencia las noches de madre e hija, y danza el futuro y sus recuerdos, “baila con los monstruos y se ríe de los dragones”.

Es la niña que “después del día después, del día después… de muchos, muchos días después”, después de haber remontado como una poderosa salmona corrientes y montañas, se alía con el río anciano y cansado, dejándose llevar hasta donde pueda ocuparse de su madre, la que le “enseñó a acunar, a escuchar la noche, a contener el miedo, a susurrar palabras que curan”.